Hoy muchos estudiantes viven maratones de exámenes concentrados en pocos días,
especialmente en junio y julio. En algunos casos llegan a encadenar varias pruebas en
menos de 72 horas, con desplazamientos largos y sin margen real para preparar cada
asignatura con calma.
La publicación tardía de fechas, los cambios de última hora o la falta de coordinación
entre asignaturas generan una sensación constante de improvisación y agotamiento.
Quien trabaja, cuida o tiene otras responsabilidades es quien peor lo lleva.
Proponemos que cada titulación disponga de un calendario de exámenes pensado a varios
meses vista, construido con un esquema de “ventanas” por bloques de asignaturas y
revisado con datos reales de carga.
Queremos que exista una matriz pública de pruebas por semana que evite concentrar
demasiados exámenes en pocos días y que cualquier modificación tenga que justificarse y
comunicarse con suficiente antelación. La idea es sencilla: organizar los tiempos para que
la exigencia académica sea alta, pero compatible con la salud y la vida de las personas.
La evaluación continua aparece en las guías docentes, pero en la práctica muchas veces se
traduce en uno o dos exámenes muy concentrados y una batería de entregas sin apenas
margen de maniobra. Cuando surge una enfermedad, un problema familiar o un pico de trabajo,
la sensación es que “no hay plan B”.
Las permutas de grupo y las adaptaciones se resuelven con criterios poco claros que dependen
de la buena voluntad de cada centro o de cada docente, lo que genera sensación de
injusticia y desigualdad entre estudiantado de distintos grados o campus.
Defendemos un modelo en el que la evaluación continua sea de verdad progresiva, con
varias oportunidades a lo largo del semestre y procedimientos comunes de flexibilidad
para casos justificados. No se trata de bajar el nivel, sino de distribuir mejor los
esfuerzos.
Propondremos un protocolo de permutas y cambios de grupo, con plazos, criterios
objetivos y publicación obligatoria en las webs de centro. Y trabajaremos para que en la
normativa de evaluación se recoja, negro sobre blanco, que trabajo, cuidados y salud
son circunstancias a tener en cuenta a la hora de adaptar pruebas y plazos.
El acceso a las becas sigue siendo, para muchas personas, un terreno lleno de
incertidumbre: a veces el dinero llega cuando ya ha pasado medio curso, otras ni
siquiera está claro qué ayudas son compatibles, y es habitual que haya que adelantar
meses de alquiler, transporte o material sin saber si se recuperará.
Quien más necesita apoyo económico suele ser quien menos tiempo y recursos tiene
para descifrar formularios, plazos y requisitos cambiantes. Si la información no es
clara, el resultado es que una parte del estudiantado renuncia a solicitar ayudas
a las que tendría derecho.
Propondremos una negociación firme para que las becas estatales y autonómicas lleguen en
plazos razonables, y que la Universidad active anticipos y ayudas puente cuando eso
no se cumpla. Paralelamente, defenderemos un aumento sostenido de las becas propias,
orientadas a quienes están realmente en riesgo de abandono.
Apostamos también por una ventanilla única informativa –presencial y online– donde
cualquier estudiante pueda ver de un vistazo qué ayudas existen, qué requisitos piden,
cómo se combinan entre sí y a quién dirigirse en cada caso. El objetivo es que
nadie deje de solicitar una beca por falta de información o por miedo a equivocarse.
Hay situaciones en las que la vida se rompe de golpe: pérdida de empleo familiar,
desahucios, violencia, cortes de suministros… En esos casos, el tiempo de reacción de las
ayudas generales suele ser demasiado lento para evitar que la persona abandone los
estudios o viva en condiciones muy precarias.
A menudo, las personas afectadas no saben a quién acudir dentro de la Universidad, ni qué
puertas tocar primero (servicios sociales, decanato, unidad de becas, asociaciones…).
Esa desorientación hace que el apoyo llegue tarde o que ni siquiera llegue.
Proponemos poner en marcha ayudas de emergencia con respuesta rápida, capaces de
activar en pocas semanas apoyos para vivienda, alimentación o material básico cuando se
acredita una situación grave. Estas ayudas se coordinarían con servicios sociales y con
entidades externas para aprovechar todos los recursos disponibles.
Además, planteamos reforzar la orientación personalizada: que exista una figura o
equipo que analice cada caso y ayude a combinar de forma ordenada ayudas sociales,
laborales y académicas. El objetivo es que, ante una crisis, la persona no tenga que
recorrer sola un laberinto de ventanillas, sino que encuentre un acompañamiento claro
y continuo.
El estrés, la ansiedad o la depresión forman parte de la realidad de muchos estudiantes,
pero no siempre encuentran apoyos accesibles y rápidos. Listas de espera largas,
poca difusión de los servicios, o la sensación de que “no es para tanto” hacen que
demasiadas personas se queden sin ayuda profesional cuando más la necesitan.
En paralelo, las normas académicas no siempre recogen con claridad cómo adaptar plazos
y evaluaciones cuando existe un problema de salud mental grave, lo que genera
incertidumbre y miedo a comunicarlo en los centros.
Queremos reforzar los recursos de bienestar con más personal especializado, una
distribución equilibrada por campus y horarios compatibles con quienes estudian y
trabajan. Y, sobre todo, queremos que los circuitos para pedir ayuda sean claros y
visibles, sin trámites innecesarios.
Propondremos que los reglamentos de evaluación y permanencia incluyan cláusulas específicas
sobre adaptaciones por salud mental, con criterios comunes y plazos razonables.
La idea es que el sistema académico sepa reaccionar a tiempo, de forma coordinada, cuando
una persona lo está pasando mal, sin dejar toda la carga en su espalda.
Muchas veces el malestar no aparece solo en forma de crisis individual, sino como
climas de aula tensos, espacios donde nadie se atreve a preguntar o contextos
donde se normalizan comentarios hirientes, sexistas, racistas o LGTBIfóbicos.
La prevención del acoso, del consumo problemático o del aislamiento social suele
concentrarse en campañas puntuales, pero no siempre se integra en la dinámica
cotidiana de las titulaciones ni en la formación del profesorado.
Proponemos que la Universidad asuma el bienestar y la convivencia como parte de la
calidad docente. Eso pasa por programar talleres, actividades y materiales de trabajo
que se vinculen a asignaturas concretas y a momentos clave del curso, no solo a fechas
simbólicas.
También defendemos una formación básica y continuada en salud mental, detección
temprana y prevención del acoso para PDI y PAS. Y que las encuestas de clima y bienestar
sirvan para detectar facultades o grupos donde hacen falta medidas específicas de apoyo,
en vez de quedarse solo en estadísticas generales.
En muchos momentos del año los campus parecen espacios de paso: se entra, se va a
clase y se vuelve a casa. La oferta de actividades culturales, deportivas o de divulgación
llega de forma desigual según el centro, el campus o incluso el horario.
Las iniciativas que sí existen a veces se solapan o se comunican a última hora; otras se
concentran solo en determinadas facultades, dejando a parte del estudiantado prácticamente
sin opciones de implicarse en nada más allá de las clases.
Apostamos por una agenda estable y coordinada de vida universitaria, que garantice
actividad en todos los campus y a lo largo de todo el curso. Esto implica planificar con
tiempo jornadas culturales, deportivas y científicas, cuidando que no se solapen siempre
en los mismos días u horarios.
También proponemos ferias periódicas de asociaciones y servicios para que el
estudiantado conozca todo lo que la Universidad ya ofrece, y la creación de un calendario
único online donde cualquier persona pueda ver qué está pasando hoy y qué pasará las
próximas semanas en su campus.
Muchos proyectos estudiantiles se quedan a medias por falta de espacios, apoyo
técnico o una cantidad pequeña de recursos económicos. A menudo se repiten los mismos
problemas: no saber a quién pedir aula, cómo tramitar un seguro, cómo comunicar la
actividad…
Además, los espacios comunes no siempre están pensados para quedarse: enchufes escasos,
mobiliario poco flexible, falta de zonas para trabajo en grupo o ambientes ruidosos para
quien necesita concentración.
Propondremos un ecosistema claro de apoyo a proyectos estudiantiles: una ruta
sencilla desde la idea hasta la actividad realizada, con guías, plantillas, asesoramiento
y pequeñas partidas económicas competitivas.
Al mismo tiempo, queremos que se revisen y mejoren los espacios comunes de estudio y
convivencia, con horarios amplios, buena conectividad, zonas diferenciadas (trabajo
en grupo / silencio) y la posibilidad de que el propio estudiantado participe en el diseño
de estos espacios.
No todo el mundo se ve capaz de irse de movilidad internacional. Falta de información a
tiempo, miedo a perder asignaturas, dudas sobre equivalencias o la necesidad de adelantar
gastos importantes hacen que muchos estudiantes se descuelguen antes incluso de
intentarlo.
Quien sí se va, a menudo se encuentra con trámites largos y complejos en origen y
destino, y no siempre tiene claro cómo afectará la experiencia a su itinerario académico
o a su futuro laboral.
Queremos que la movilidad sea una opción real para quien lo desee. Para ello, propondremos
sesiones informativas específicas por titulación, materiales claros sobre
equivalencias y convalidaciones y acompañamiento administrativo antes, durante y después
de la estancia.
Defendemos un refuerzo de las ayudas complementarias de movilidad para cubrir
costes de viaje, visado o alojamiento, y que el reconocimiento académico esté cerrado por
escrito antes de salir. A la vuelta, proponemos un programa de retorno que conecte lo
aprendido fuera con prácticas, TFG o proyectos de innovación en la Universidad.
La experiencia de prácticas es muy desigual: hay lugares donde el estudiantado aprende y
está acompañado, y otros donde se limita a tareas repetitivas o poco relacionadas con su
formación. En muchos casos, ni la dedicación ni el impacto en el aprendizaje se ven
reflejados en el reconocimiento académico o económico.
Además, no siempre se garantizan condiciones mínimas claras en cuanto a tutorización,
seguridad, respeto de horarios o compatibilidad con el resto de la carga académica.
Propondremos reforzar el trabajo con empresas, administraciones y entidades sociales para
ofrecer prácticas de calidad, preferentemente remuneradas, con tareas coherentes
con la titulación y tutores implicados.
Queremos que existan criterios mínimos obligatorios para todas las prácticas:
descripción clara de funciones, protección frente a riesgos, canales para comunicar
incidentes y un sistema de evaluación que tenga en cuenta el esfuerzo y las competencias
adquiridas. Así, las prácticas dejarán de ser una casilla a rellenar para convertirse en
una pieza fuerte de la formación.
Con demasiada frecuencia, las grandes decisiones (planes de estudio, reglamentos,
reordenaciones de servicios) llegan al estudiantado cuando ya están prácticamente
cerradas. La participación aparece en la normativa, pero en la práctica se percibe
como poco influyente.
Falta también una cultura de explicación posterior: no siempre queda claro qué se
ha decidido, con qué argumentos y qué papel ha tenido la representación estudiantil en
ese proceso.
Apostamos por un modelo en dos tiempos: primero, consulta real al estudiantado
(a través de sus representantes, asambleas, encuestas o procesos participativos); después,
una decisión motivada y pública que explique qué propuestas se han incorporado y
cuáles no, y por qué.
Propondremos reforzar la presencia del estudiantado en las comisiones clave y fijar
obligaciones de transparencia: actas accesibles, informes de seguimiento y
comunicación comprensible sobre las decisiones. La idea es que la Universidad escuche
antes de decidir y explique después de hacerlo.
Quien asume una responsabilidad de representación suele encontrarse con mucha tarea y
poco acompañamiento: documentos largos, tiempos ajustados para prepararlos, falta de
formación específica, dudas sobre cómo trasladar lo que se decide a su facultad o a su
grupo.
Cuando la carga recae en pocas personas y no se reconoce su esfuerzo, es difícil que la
red representativa se renueve y se mantenga viva en el tiempo.
Propondremos itinerarios de formación y acompañamiento para representantes, para
que no tengan que improvisar sobre la marcha: sesiones sobre normativa universitaria,
presupuestos, negociación, habilidades de comunicación y gestión de conflictos.
Defendemos también que esta tarea se visibilice y reconozca: cuando la normativa lo
permita, mediante créditos o menciones específicas, y en todo caso con certificaciones
claras de la labor realizada. Al mismo tiempo, queremos mejorar la coordinación entre
delegaciones, claustro y órganos de centro para que la voz del estudiantado llegue, se
escuche y tenga un retorno claro.